Sin el amor romántico ¿Qué nos queda?
- Psicoterapia y feminismo Madeja de voces

- 20 sept 2021
- 4 Min. de lectura
Mónica Gamboa Suárez
De un tiempo para acá un tema teórico y práctico relevante para el movimiento feminista ha sido desenmascarar la violencia hacia las mujeres que se encuentra tan bien escondida en el modelo de amor romántico. Modelo que aprendemos como si fuera algo natural y perfectamente alineado con nuestra condición biológica.
Desde niñxs estamos escuchando frases como “cuando tengas novix”, “cuando te enamores”, “cuando te cases”. Muy pronto fuimos absorbiendo la creencia de que la verdadera vida se vive en pareja y en familia: vivir en el amor romántico, que además si es verdadero no se acabará nunca, es la mejor forma de vivir. No tener pareja después de los treinta sigue experimentándose para muchas mujeres como un fracaso.

Afortunadamente, el análisis feminista nos reveló que el amor romántico es una especie de trampa perfecta en la que caemos sobre todo las mujeres porque en el amor a nuestra pareja está la promesa de felicidad para toda la vida y de realización personal, sin embargo, cuando el enamoramiento pasa y plantamos los pies en la tierra, resulta que estamos ya comprometidas efectivamente para toda la vida, pero para servir y para cuidar pareja, hijas e hijos, dejando nuestros intereses, nuestros tiempos y nuestro crecimiento personal en último plano. Para quien esté interesadx en entrar más al tema hay textos magistrales sobre el mismo, al final del artículo les dejo un par de referencias.
Para mí como mujer, descubrir las trampas del amor romántico ha sido un proceso lento y no carente de dolores. Me pasó que una vez desenmascarado, surgió la sensación de vértigo y de vacío ante la idea de quedarme sin la gran emoción asociada a este. Como muchísimas mujeres, aprendí qué la intensidad de la vida estaba ahí, que la felicidad la encontraría sobre todo en pareja. Estoy en una relación de pareja hace poco más de veinte años y hoy puedo decir con bastante seguridad que en pareja crezco, aprendo, me frustro también, me pierdo y recupero el rumbo, me conecto emocionalmente a ratos y en otros me desconecto. En fin, es un proceso muchísimo más complejo e intrincado que el “vivieron felices para siempre” y creo que por lo mismo también más interesante. Sé que el amor está ahí, cotidiano pero al mismo tiempo se parece muy poco al amor romántico de los cuentos.
¿Será que nada nos hace sentir con la intensidad del amor romántico? Yo creo que justamente la posibilidad de crecer y sacudirnos tanta mentira sobre el tema. El reto está en encontrar más cosas con las que nos sintamos tan vivas como cuando estamos enamoradas, en aprender a poner nuestras pasiones y deseos no solamente en una pareja sino en mil cosas más. Si fuéramos capaces de emocionarnos así con muchas cosas, con cada actividad que nos encanta hacer o con cada persona con quien nos guste convivir, entonces el amor de pareja sería solamente un aspecto más y no el centro de la vida, un espacio sí en el que podamos encontrarnos con el otro para acompañarnos y crecer pero no la definición de nosotras mismas, la característica identitaria más fuerte, ni la única opción para ser felices.
No hace tantos años que empecé a cuestionar esto y a aprender a emocionarme mucho, a vibrar y a sentir la vida intensamente con otras cosas más. Mi hija, mis amigas, mi familia, el contacto con otras personas en el consultorio, en el aula y en los distintos grupos a los que pertenezco. También soy capaz de disfrutar más con la naturaleza, con el bosque y la montaña o con el mar, los animales, leer, escribir, bordar, dibujar, comer rico, viajar a nuevos sitios, recordar mis sueños al despertar. Basta con que cada una identifique las cosas que ama en la vida. El verdadero desafío está, creo yo, en hacer un movimiento de nuestro cuerpo para llevar suficiente emoción a estas. Nadie nos dijo que la verdadera felicidad estará en comer o en tomar un café con una amiga y platicar de la vida, en contraste seguro de alguna forma aprendimos que la felicidad está en el amor romántico. Pues nos engañaron, esto no es cierto. Yo creo que la felicidad, que por cierto, vendrá sólo a ratitos, sólo en momentos, está en llenar nuestra vida de las cosas que nos hacen sentir y nos dan ganas de hacer. El reto está en aprender a emocionarme tanto con mis amigas como con una pareja, tanto con una caminata en el bosque como con un ligue, tanto con aprender algo nuevo como con la idea de gustarle a alguien o que alguien me guste.
En los procesos de terapia nos encontramos repetidamente trabajando alrededor de las sensaciones de incompletud al no tener pareja o con duelos por relaciones de pareja que terminan y en las que el dolor se centra mucho más en la pérdida de la pareja como institución que en la pérdida de esa persona específica de la que se despiden. Tener o no tener pareja tiene un peso social muy grande porque alrededor de esta flotan un montón de expectativas de realización, bienestar y felicidad. Dudemos de estos aprendizajes, es seguro que se puede ser feliz sin o con pareja, que la plenitud no depende de la vida en pareja o la sensación de estar enamoradxs.
Entonces, si nos quedamos sin el amor romántico, lo que nos queda es la posibilidad de muchos más amores, más justos, más igualitarios; nos queda la intensidad del encuentro profundo con otras personas, con la naturaleza, con el conocimiento; nos queda la tranquilidad de saber que nuestra felicidad puede tener mil formas e incluir lo que queramos y a quien queramos.
*Si te interesa leer sobre la crítica al amor romántico puedes consultar:
Crítica del pensamiento amoroso de Mari Luz Esteban (2011). Editorial Bellaterra
La construcción sociocultural del amor romántico de Coral Herrera (2010). Editorial Fundamentos.




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