Es falso que mi cuerpo sea mío
- Psicoterapia y feminismo Madeja de voces

- 23 feb 2023
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Mónica Gamboa Suárez
Si mi cuerpo fuera en verdad mío, no sentiría preocupación ni angustia por envejecer. No estaría la vergüenza por sus cambios o por las miradas silenciosas sobre estos. Si mi cuerpo me perteneciera en realidad, estaría sobre todo contenta del camino andado y orgullosa de cambiar. Porque en este cambio están contenidas todas las experiencias de mi vida, las hermosas y las terribles. No estaría debatiéndome con mi propio juicio por lo que me sobra o me falta, o por lo que quisiera que fuera diferente. Simplemente, no sería un tema que apareciera de manera inquietante y con frecuencia.

Las feministas gritamos juntas un año tras otro en las marchas del 8 de marzo y escribimos en distintos muros la frase “Mi cuerpo es mío”. Al decir esto en voz alta, estos cuerpos propios de los que hablamos se emocionan y sus pieles se enchinan. Y, sin embargo, sabemos desde nuestras entrañas que más que gritar una realidad, gritamos un anhelo, gritamos una meta que deseamos alcanzar, gritamos para exigir al sistema que deje de estorbarnos en esto, aunque sabemos que falta tanto por transformar.
Sabremos que nuestro cuerpo nos pertenece cuando no haya más mujeres teniendo que inyectar su rostro para hacer desaparecer una arruga ganada a fuerza de años de reír o de hablar, porque de ese borramiento depende que sea aceptada, querida, admirada entre su gente.
Nuestros cuerpos serán nuestros cuando no haya más quirófanos con mujeres en camillas esperando la entrada de un cirujano millonario que alimente su cuenta bancaria a fuerza de abrirles el cuerpo para quitarles lo que el mundo les dijo que les sobraba o para agregarles lo que su familia está de acuerdo en que les falta.
Nuestro cuerpo va a ser realmente nuestro cuando las adolescentes en terapia no hablen más del dolor o del odio hacia sus piernas, sus nalgas, sus pechos o sus cinturas porque no tienen la forma que se espera, misma que les queda clarísima en los videos de cantantes de moda o en las series que miran y que justamente coincide con lo que sus compañeros, con barros en la cara, están buscando para invitarlas a salir.
El día que nuestros cuerpos nos pertenezcan, dejará de haber mujeres que vivan en hambruna constante de forma aparentemente voluntaria, porque es menos grave pasar hambre y renunciar al placer de la comida, que recibir una mirada reprobatoria de una buena amiga o peor aún, un comentario sarcástico de un esposo panzón por romper la dieta o por subir una talla de ropa.
Mi cuerpo va a ser mío cuando deje de importarme lo que opines del mismo, cuando pierda por completo el miedo a ser rechazada por no entrar en la norma impuesta y me sienta libre de ponerme la ropa que me guste sin que pase absolutamente ningún pensamiento por mi cabeza acerca de si me hace lucir más gorda o flaca. Mi cuerpo va a ser mío cuando pueda moverme con libertad por el espacio, sin sentir ni un asomo de presión por cerrar las piernas, meter la panza, sacar el culo u ocultar la papada para la foto.
Recuperar mi cuerpo en este contexto implicará una lucha, mi cuerpo es entonces, un espacio de conquista para mí misma y también para otras compañeras. Hay un camino posible para recuperarlo aunque el final se mire tan lejano y tengo clarísimo que lograrlo no depende solamente de mí.
Una verdad es que mi cuerpo ha sido tomado por el poder patriarcal que me moldea, me dicta cómo debo sentirme en cada etapa de mi vida, me marca cómo debo comer, cómo moverme, me obliga a esconder esto, a avergonzarme de aquello. El mismo poder que ha utilizado estrategias infalibles sobre mí, para convencerme de que los hombres decidirán qué tan digna seré de ser amada, reconocida y, de que, para ganar puntos a sus ojos, tendré que mantener mi vista y antención en mi cuerpo, no en sus funciones, sensaciones o placeres, sino en sus formas. No debo en ningún momento dejar de ser bella a sus ojos, deberé trabajar arduamente durante toda mi vida si quiero tener su aprobación y lo más grave de todo es que me dijeron veladamente, hasta convencerme, que es precisamente en esta aprobación en donde está mi felicidad. Que mi cuerpo llegue a ser mío implica quitarme de forma radical y total cada milímetro de esta mierda que ha sido metida de forma minuciosa y perversa en mí y en cada una de las mujeres y claro está, también en los hombres que no son capaces de aceptar sus compañías basándose en cualquier otro atributo que no sea la belleza física de las mujeres; si además son listas, interesantes o buenas personas, será ganancia, pero nada de esto será realmente relevante para la elección. Lo único absolutamente indispensable será que sean bellas.
Cuánto asco me da este sistema que aparentemente da el poder a los hombres de elegir pero que al mismo tiempo se los arrebata de forma brutal y sin que se den cuenta, al determinar cómo debe ser su mirada, qué debe gustarles y qué no, limitando gravemente su experiencia. Me vomito una y mil veces sobre tanta porquería y de esta forma recupero al menos un cachito de mi cuerpo.
Cuando todas las niñas puedan jugar con libertad a lo que se les de la gana, las adolescentes vibrar con emoción ante sus cuerpos cambiantes, las jóvenes sientan sin represión la vida palpitante en sus cuerpos grandes, chicos, rectos, curvos, peludos o lampiños, rosas, amarillos, morenos, negros o blancos, las mujeres maduras porten orgullosas las marcas de sus años en la carne, en sus rostros, en sus cabellos canosos y las viejas transiten los últimos años de sus vidas agradecidas con esos cuerpos que se han transformado sin pausa desde su nacimiento hasta ahora.
Cuando todas, todas, todas y ni una menos nos sintamos libres, vibrantes, vivas, orgullosas, cuando todas nos sepamos dueñas de nuestros placeres, de nuestros dolores, agradecidas del movimiento, del gozo de vivir, todas sin miedo, sensuales, sensibles y otra vez libres entonces podremos dejar de gritar cada 8 de marzo “mi cuerpo es mío” porque entonces, ya no será necesario.




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