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Quiero decirme cosas bonitas (sobre cómo sacar al patriarcado de mi cabeza)

Paulina Lecanda Álvarez


El amor propio es un tema al que las feministas le hemos apostado desde que nos dimos cuenta de que el patriarcado afecta cómo nos miramos y nos queremos a nosotras mismas. Muchas de las personas que vienen a terapia plantean deseos como “mejorar mi autoestima”, “tener más seguridad”, “creer y confiar en mí”. Al explorar en las sesiones lo que esto significa y cómo se expresa en la vida de cada una, he encontrado que tiene mucho que ver con las cosas que la persona se dice a sí misma.


¿Cómo construimos nuestro diálogo interno? Es una pregunta que me apasiona. La respuesta es compleja, depende de muchas cosas y no es posible llegar a una sola conclusión. A esto le sigue: ¿podemos decidir cómo conversamos con nuestra persona?, ¿Los temas?, ¿El tono en el que nos hablamos?


Quisiera decir que sí, que es posible. Finalmente, gran parte del trabajo que hacemos en terapia tiene que ver con la calidad de la conversación que una persona mantiene consigo misma. Pero me he encontrado con que decidir sobre esto es mucho más difícil de lo que podría parecer a primera vista.


Sería increíble tener un truco de magia con el que se pudiera activar una buena conversación interior. Algo así como: “Bim, bam, bum. De ahora en adelante sólo me voy a decir cosas bonitas, sensatas y honestas”; “voy a dejar de alimentar todas esas creencias que tengo sobre mí que no me hacen bien” o “me voy a apapachar y a cuidar, en lugar de hablarme feo”. Pero no funciona así. La mayoría de las veces, aunque nos demos cuenta de que nuestra voz interna es juzgona e injusta, basada en estereotipos y alimentada por la violencia que hemos recibido, seguimos repitiéndonos frases que nos hacen daño. ¿Por qué?, ¿Por qué no es suficiente darnos cuenta de las cosas para cambiarlas?


Desde la psicología podríamos dar muchas posibles explicaciones. Para mí tiene que ver con la complejidad que nos sustenta. Las personas somos y seremos contradictorias. Saber no es suficiente para resolver, ni para cambiar. Me recuerda al viejo debate filosófico que tiene al determinismo de un lado y, del otro, al libre albedrío. ¿Puedo o no puedo decidir? ¿Qué tanto decido y qué tanto no? ¿Mis decisiones dependen de mí o están fuera de mi control? Es un debate que no tiene solución. Nos vamos situando en distintos puntos que van de un lado a otro de esta polaridad y es así como entendemos quiénes somos y cómo es el mundo.


Ahora bien, regresando a la complejidad, en cada decisión intervienen muchos factores, algunos los percibimos y quizá podemos influir en ellos, pero sobre otros, jamás. Entonces, cuando me veo en el espejo y pienso algo como: “mira esa panza, tienes que bajar de peso, te ves muy mal”. No es que decido decirme esto, es más bien algo que me pasa. A veces, incluso, nos decimos este tipo de cosas sin darnos cuenta. Luego nos generan malestar y tampoco entendemos de dónde viene esta incomodidad, que tiende a acumularse porque este tipo de mensajes aparecen varias veces al día. Pero ¿de dónde viene ese mensaje?, ¿quién lo puso ahí?, ¿qué lo mantiene ahí?


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Ilustración de ni_mini


Para quienes saben que soy feminista será predecible lo que voy a decir, pero no por eso deja de ser importante repetirlo, cuantas veces sea necesario: estos mensajes vienen del patriarcado. Mejor dicho, de la mezcla perversa que es el colonialismo, el capitalismo y el patriarcado heteronormativo. Estos sistemas parecen distintos, pero a la vez son el mismo, como un monstruo de tres cabezas o con tres máscaras que se alternan y se superponen. Se basan en la jerarquía, y para mantener la jerarquía se necesita control.


El capitalismo está fundamentado en el control de los cuerpos, de todos los cuerpos. La última de sus tecnologías es hacer que los cuerpos se controlen a sí mismos, a través de mecanismos de autovigilancia y del deseo de ajustarse a “lo normal”. Además, el patriarcado se centra en el control de los cuerpos de las mujeres, para poder intercambiarlos y usarlos a beneficio de quienes están más arriba en la jerarquía y de la reproducción del sistema. La heteronorma controla asegurándose de que la diferencia entre hombres y mujeres esté bien clara, para que las relaciones sexuales se den entre personas de “sexos opuestos” y se pueda continuar con el control a través de las familias y las parejas. El colonialismo se centra en el control de los cuerpos colonizados, a beneficio de quienes los colonizan. En realidad, es el mismo sistema que, como un monstruo de varias caras, a veces muestra una, a veces otra, y a veces todas al mismo tiempo. Se mete en nuestras conversaciones internas y nos hace descalificarnos, juzgarnos y atacarnos por no cumplir lo que, desde la norma, conocemos como deseable.


Regreso al ejemplo en el que me veo al espejo y pienso que no me gusta mi panza, ¿Es mejor ser delgada?, no, no tendría que ser así. No es más saludable, ni más natural, ni más atractivo, ni más fácil. Ni nos hace más libres. Pero sí que nos da reconocimiento y aceptación. Porque nos han repetido que los cuerpos delgados se ven mejor. No solo en las redes sociales y otros medios de comunicación; la gente nos halaga cuando nos vemos más flacas, nuestras madres nos advierten cuando nuestra talla cambia, compartimos dietas con nuestras amigas. Miles de voces nos invitan a autocontrolarnos para no subir de peso y “vernos bien”, así seremos deseables y un buen objeto de intercambio. Aparecen dos cuestionamientos: primero, ¿por qué la belleza tiene estos parámetros y no otros?; segundo ¿por qué quiero ser un buen objeto de intercambio?


El drama es que muchas veces, aunque sepamos esto, no dejamos de atacarnos y perseguirnos en nuestro diálogo interno. Saberlo ayuda, pero no es suficiente. Hace falta paciencia y un esfuerzo constante para ir transformando nuestras conversaciones con nosotras mismas, porque al hacerlo no sólo estamos enfrentando nuestra voz interna, sin no que estamos debatiendo con ese monstruo de tres cabezas que está dentro y fuera de nosotras. En el siguiente artículo escribiré sobre algunas acciones e ideas que en las sesiones de terapia hemos encontrado útiles junto con lxs consultantes para hacer la talacha de atender y acicalar nuestra conversación interior.

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