Reflexiones sobre ser mujer y tener un cuerpo
- Psicoterapia y feminismo Madeja de voces

- 5 may 2021
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Mónica Gamboa Suárez
El tema del cuerpo de las mujeres está en el centro del mundo mucho más de lo que nos sirve o nos conviene; en general ocupa el espacio central en una forma que inquieta y lastima. El cuerpo femenino aparece como objeto de deseo y trofeo en las conversaciones entre hombres y como fuente de vergüenza, insatisfacción y dolor entre las conversaciones entre mujeres.
¿Por qué tantísimas mujeres estamos inconformes con nuestro cuerpo?, siempre habita al menos una incomodidad acerca de lo que no está bien en él y lo que tendríamos que modificar del mismo para estar mejor, para ser una mejor versión de nosotras mismas, para poder por fin ser felices. Un malestar tan generalizado levanta sospechas porque simplemente no es posible que los cuerpos de todas las mujeres estén mal, sean inadecuados o necesiten cambiar.
La belleza es un requisito estricto para nosotras y por lo tanto estamos programadas para hacer todo lo necesario para ser lo más hermosas posible. La belleza para las mujeres no es una opción, es una obligación. No hablo de una belleza diversa (en cada una de nosotras habita de una u otra forma la belleza), aquella que se espera de nosotras tiene una única forma, es un modelo al que debemos apegarnos lo más que podamos independientemente de nuestras diversas formas y estructuras corporales. No es necesario detenerme a describir cuál es ese modelo, todas y todos lo tenemos claro y cada una sabe desde muy temprano lo que debe modificar de su propio cuerpo para parecerse lo más que pueda a ese modelo fijo.
Entramos sin quererlo en un juego cruel en el que existe un parámetro de medida que nos dará una calificación de acuerdo a qué tan cerca estemos de “la belleza”. No es como en la escuela o en los concursos en los que una se prepara para el día de la competencia en la que dará lo mejor de sí y listo, después vendrá la relajación. Con la belleza, el concurso, la prueba, o como queramos llamarlo, sucederá todos los días durante todos los años de nuestra vida. Las y los jueces que nos evalúan están en todas partes, son las personas lejanas y cercanas. Seré calificada en la calle por desconocidos, pero también entre mis círculos cercanos, entre mis conocidos, entre mis familiares y entre mis amigas y amigos. Todos y cada uno de los días de mi vida, si soy mujer, tendré que poner una parte importante de mi atención y mi intención en ser bella.

Hacer dieta, maquillarme, hacer ejercicio y usar diversos productos que se acerquen al modelo fijo de belleza es leído socialmente como positivo. Es decir, si entro en este juego el mundo me mirará como alguien que se cuida, se quiere y le importa su salud; una forma más de reforzar que las mujeres nos aboquemos a la tarea de ser bonitas.
Mi nivel de belleza dependerá de los rasgos de mi cara, de mi color, de mis gestos y aquí hemos logrado reconocer con los años distintos tipos de belleza. Hoy en día socialmente se reconoce belleza en mujeres morenas o blancas, en cabellos lacios o rizados, en ojos oscuros o claros. Un elemento básico sobre el que recae la presión, es el cuerpo y desafortunadamente aquí no hemos logrado ampliar las posibilidades. De manera generalizada, existe la idea de que para que un cuerpo sea bello tiene que ser delgado, simplemente no hay otra opción. Pero aún las mujeres que tienen la delgadez como característica genética, estarán incómodas con su cuerpo por alguna razón. El tamaño de los pechos o las nalgas, el ancho de las caderas, las piernas , los brazos, el cuello, la espalda, la cintura, la panza, la papada, las estrías. Con la edad y los cambios naturales en el cuerpo los temas se amplían: la firmeza de la piel, las arrugas, las canas las marcas del tiempo; siempre tendremos a la mano una parte del cuerpo a la que podremos criticar y sobre la cuál volcaremos nuestro empeño para odiarla, sufrirla e intentarla modificar.
Tener esta presión de manera constante en nuestra vida merma nuestro desarrollo, nuestro acceso al placer y por lo tanto nuestro bienestar y nuestra felicidad. Me pregunto ¿qué cambiaría en el mundo si el tiempo que todas las mujeres hemos invertido en sentirnos desdichadas con nuestros cuerpos y en tratar de modificarlos lo invirtiéramos en actividades que nos dieran placer, alegría, nos ayudaran a crecer? No hay forma de saber la respuesta a esta pregunta pero creo con bastante seguridad que el mundo sería mejor.
El tema de los conflictos alrededor de nuestro cuerpo se ha tornado clásico dentro de nuestros consultorios, casi puedo asegurar que tarde o temprano será tocado cuando trabajamos con mujeres, no así con hombres porque ellos no viven una exigencia semejante. Con las mujeres entrar al tema puede tener algunas particularidades, de acuerdo con la historia de cada una y con sus características personales, pero el dolor y la incomodidad suelen ser siempre parecidos.
Ojalá tuviera la respuesta de cómo cambiar esa sensación y ese dolor, no la tengo porque yo misma como mujer sigo librando esta batalla, he cuestionado, trabajado, sentido y pensado en ello durante muchos años y aún no tengo el tema resuelto en mí misma, voy y vengo, a ratos me libero y después me vuelvo a enredar en las expectativas que creo de otros y sé mías, pero no sólo mías sino parte de un sistema más amplio del que no es posible liberarme solamente con voluntad.
Aunque este tema sigue enmarañado en mí, hay momentos en los que logro sacudirme un poco la exigencia y renunciar decidida a presionarme y sé que lo que me ha ayudado a sentirme más ligera a ratos es precisamente escuchar la experiencia de otras mujeres en el tema y compartir con ellas la mía. Una forma de acercarme a la experiencia de otras ha sido en talleres o grupos de trabajo con mujeres y esa me parece una gran opción que tiene un efecto terapéutico, pero a veces esto no es accesible a todas. Otra forma, que para mí ha sido también de muchísima utilidad, es leer lo que otras han escrito sobre el tema. Muchas mujeres feministas han pensado y percibido la realidad en la que vivimos de forma aguda, y leerlas me ha resultado liberador y terapéutico.
Hablarlo nos mueve, nos sensibiliza, nos cuestiona y hablarlo en terapia nos ayuda a identificar nuestro propio dilema en sus características, la forma en que cedemos y nos resistimos, el hartazgo de la lucha y la vergüenza alrededor de sentirnos inadecuadas. Además nos permite observar con mayor atención nuestra experiencia, reconocer su origen, sus efectos, su alcances y su fuerza en nuestra vida. Todas las mujeres terapeutas tenemos algo de este tema en nuestra historia y eso se vuelve valioso al momento de trabajar y dialogar con otras mujeres consultantes.
El tema es muy amplio y lo que podemos hacer las mujeres al respecto es solamente una parte del cambio social que se requiere. ¿Qué podrían trabajar los hombres acerca de la forma en la que construyen su deseo? ¿Cómo estos estereotipos de belleza les limitan también a ellos? ¿Cómo podrían contribuir al cuestionamiento y sacudida de este sistema? Son sólamente algunas preguntas que pueden lanzar hilos para una reflexión urgente y más amplia alrededor del lugar que hemos dado socialmente al cuerpo de las mujeres.




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