No quiero estar contigo y no puedo estar sin ti
- Psicoterapia y feminismo Madeja de voces

- 23 mar 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 abr 2021
Paulina Lecanda
¿A quién no le ha pasado? Estás en una relación en la que no quieres continuar, pero de la que tampoco puedes salir. Yo he estado ahí por lo menos dos veces. La historia es más o menos así: empiezo a salir con alguien que no me encanta, pero que quiero mucho, o me cae muy bien, o me gusta cómo me mira, cómo me quiere. Pienso que no será una relación muy larga, que podríamos tener ondas y ser amigxs. Comenzamos a vernos, pasamos tiempo juntxs, nos llevamos bien, no hay nada serio. Las cosas se van complicando, alguien se clava más o los dos nos clavamos. Me doy cuenta de que se está saliendo de control e intento frenarlo; le propongo vernos menos; decirle que bajemos el ritmo. Después le extraño y le busco. Comienzan los problemas, vienen los celos, la confusión, las peticiones de claridad. Me encuentro en una espiral laberíntica de la que no sé cómo salir, no quiero perder a esa persona pero tampoco quiero “ser su novia”. Es doloroso para todxs. Para el otro porque no termino de soltarlo ni de aceptarlo, para mí, por lo mismo.

¿Por qué no puedo ser su novia? Porque sé que no es para mí, porque no me gusta tanto, porque nos peleamos mucho, porque me intenta controlar y me cela. ¿Por qué no lo suelto? Porque también tiene cosas lindas, nos llevamos bien, se interesa mucho por mí, me quiere y le quiero, el sexo está muy bien. También me dan celos. ¿Y si ya intento “andar bien” con él? No puedo, no me siento bien conmigo misma, sé que en el fondo no quiero estar con esa persona, no estoy enamorada. ¿Entonces, mejor alejarnos? Lo intentamos, pero después nos buscamos y nos extrañamos, volvemos a vernos, todo comienza otra vez. Creo que me necesita y me
pregunto si quizá yo también le necesito.
Esta espiral laberíntica está llena de emociones intensas. Además el volumen emocional sube cuando estamos a punto de dejarnos, se siente la desesperación, la resistencia, la necesidad de estar con el otro. Pueden aparecer chantajes y culpa por las promesas no cumplidas. Estas situaciones tienen un gran potencial dañino, porque en nuestros intentos de alejarnos y acercarnos nos maltratamos, poniéndole más peso a la bolsa que carga la relación, haciéndola más difícil de llevar, y a veces más difícil de dejar.
La pregunta es por qué no podemos irnos, o quizá en el fondo, cómo podemos irnos, qué se puede hacer. Habrá respuestas distintas en cada caso y son difíciles de encontrar. En el
diálogo cotidiano surgen intentos de explicación como “codependencia”, “relaciones tóxicas”, “relaciones autodestructivas”. Escuchamos frases como “amiga, date cuenta”, “no sé qué haces ahí”, “tú te mereces algo mejor” o, desde mi punto de vista la más confusa de todas, “tienes que quererte más a ti misma, valorarte más”. Estos consejos y opiniones de la gente que nos rodea, aunque estén llenos de buenas intenciones, no nos sirven para terminar una relación. Nos pueden hacer sentir juzgadas, o “tontas” por quedarnos ahí.
Entonces, como terapeuta ¿cómo acompaño a una persona que está en este tipo de espiral laberíntica? Creo que puede ser útil ayudarle a comprender qué es lo que la hace quedarse ahí y qué es lo que la lleva a querer irse. Enriquecer con detalle cada uno de los escenarios, hablar sin que estorbe el juicio y la culpa, que pueda nombrar sus necesidades y sus miedos, que señalemos sin edulcorantes la violencia cuando esté presente. Sobre todo, creo que ayuda evitar meterle más presión para que se vaya de la relación, esa presión ya la trae consigo, viene de sí misma y de la gente que la rodea. Esa persona construirá sus respuestas y encontrará la forma de irse cuando auténticamente haya tomado esa decisión, no solo con la cabeza, también con las tripas.
La imagen que hemos construido culturalmente del amor romántico está plagada de creencias que nos hacen aceptar el sufrimiento y el dolor como parte del conjunto, incluso como una prueba de amor verdadero. Habrá que cuestionar estas creencias y los afectos
que las acompañan y comenzar a deconstruirlas.
Yo me fui cuando supe que lo que buscaba no lo iba a encontrar ahí, cuando me di cuenta de que lo que me hacía quedarme era la necesidad de recibir una clase de cariño y amor
que no era posible que se diera en esa relación, cuando me decidí a romper mi promesa de estar al lado de esa persona, promesa que hice en un inicio para convencerle de que existen las amistades verdaderas, donde el amor es tan fuerte que nunca se rompe. Tuve que hacerme frágil, desbaratar mis idealizaciones del amor y de mí misma, deconstruir algunas creencias. Y al final, la verdad es que el desenlace del proceso no se dio racionalmente, hubo algo dentro de mí que se desató, comencé a sentirme diferente, y entonces pude soltarme de la otra persona e irme a seguir mi camino en otra parte.




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