Las mujeres y la elección de la voz o el silencio
- Psicoterapia y feminismo Madeja de voces

- 16 mar 2021
- 3 Min. de lectura
Mónica Gamboa Suárez
Hoy revisamos el texto de Chimamanda Ngozi Adichie que busca responder a la pregunta ¿cómo educar a una hija feminista? La autora retoma ideas profundas y claras del movimiento con las que fácilmente vibramos y que nos recuerdan algo de nuestra propia experiencia como mujeres.
Nuestro diálogo toma rumbo y nos lleva hacia el peso de la obligación de gustar, de agradar a todas y cada una de las personas con quienes coincidimos en el camino. De entrada hay algo absurdo en esta idea, sin embargo, en el interior de cada una de nosotras habita este mandato. “Aceptación y aprecio siempre”, se escucha dentro como una orden que se confunde con una auténtica necesidad de afecto y, durante nuestra sesión, descubrimos con tristeza que esta exigencia toma muchas veces la forma del silencio. El silencio hacia afuera, de manera que quedamos anuladas e invisibles, mientras dentro lidiamos solas con nuestro discurso personal de incomodidad y enojo.

El sistema patriarcal en el que vivimos se asegura de que las mujeres aprendamos bien la importancia de no ser iniciadoras de un conflicto y nos volvemos expertas en ello. ¿Cuántas veces nos pasa que antes de mostrar nuestro desacuerdo está nuestro mandato de ser agradables y gustar? Elegimos la incomodidad del silencio sobre la posibilidad de ser rechazadas, mal vistas, juzgadas. No es extraño que cuando las mujeres tomamos la palabra y alzamos la voz con una expresión libre, o bien vamos a los espacios públicos y nos hacemos visibles, surja casi de inmediato una contrafuerza hecha de juicios, comentarios negativos y voces que buscan regresarnos al cajón de la buena conducta, la modestia y el silencio.
En Madeja de Voces somos feministas desde hace muchos años, hemos pasado por esta reflexión en muchas ocasiones y de distintas formas y aún hoy no siempre logramos romper con esta dura imposición. Sabemos en la piel que transformar estos aprendizajes puede llevar toda una vida. La reflexión juntas nos lleva a buscar nuevas formas de liberarnos y una que reconocemos urgente es la de hacernos escuchar.
Pensamos en esas situaciones incómodas en las que en una reunión o un chat aparece un comentario misógino o al menos que tiene la intención velada de perpetuar el orden de género establecido; desafortunadamente estas son más frecuentes de lo que pensamos. ¿Qué opciones tenemos que sean distintas al silencio?
Hoy queremos quedarnos en la escena y hacernos visibles, aún a riesgo de resultar incómodas. Hablar para que nuestra voz tome un espacio, uno que le corresponde por existir. Queremos permanecer para tomar posición para hacernos escuchar y de paso escucharnos a nosotras mismas hablando; pero en voz alta y no en la conocida y silenciosa voz del pensamiento. Queremos hablar y disentir aunque sintamos miedo, reconocemos nuestra responsabilidad como generación de mujeres de ocupar el espacio físico, pero sobre todo, el espacio que la voz necesita para existir, para desplegarse y tocar otros oídos, para hacer entender al mundo que el espacio también es nuestro, de las mujeres, que nuestra palabra importa, que mi palabra importa.
Que se ancle esta frase a nuestro cuerpo para no olvidarla, para que esté a la mano cada vez que la necesitemos y para ver si de tanto repetirla ayudamos a que se ancle también al cuerpo de nuestras hijas e hijos. Mi palabra importa, el mundo es de mi voz.
Chimamanda nos da ideas, nos aconseja de forma valiosa cómo educar hijas feministas y hacia el final de nuestra sesión, nosotras nos preguntamos ¿qué con los niños?, ¿cómo educar en principios feministas a nuestros hijos varones también? Reconocemos esto como un tema igual de urgente, sobre el que no podemos postergar la reflexión y la acción. La educación para la transformación de nuestra sociedad en una más justa y menos violenta deberá incluir a todas las personas que participamos en la misma. Necesitamos ser conscientes de la forma en que influimos en que la voz de otras se restrinja o bien se sienta libre de expresarse. Nos toca cuidar que la voz de cada mujer tenga un espacio asegurado en nuestro mundo.
El espacio terapéutico en sí mismo abona a esta transformación social, dentro del consultorio sucede un encuentro de voces, de palabras que toman sentido en el espacio y en la relación. Lo no dicho puede manifestarse y sería valioso como terapeutas estar especialmente atentas y sensibles a los silencios de otras mujeres; para conocerlos, para entenderlos, cuestionarlos y construir nuevas posibilidades de que sus palabras tomen el espacio.




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