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¿Individual o colectivo?

Mónica Gamboa Suárez


Frases de moda que se convierten en metas personales, ideas que al no ser cuestionadas pueden adoptarse como propósitos de vida. Muy posiblemente habremos leído o escuchado frases como: “que no te importe lo que los demás opinen de ti”, “si no crees en ti misma nadie lo hará”, “debes primero quererte a ti misma para que los demás te quieran”, “sólo te tienes a ti misma”. Bastará una miradita corta a las redes sociales para hacer crecer esta lista.


El mensaje general va más o menos así: “la vida es comparable a una competencia en la que el propósito es alcanzar nuestras metas personales”. “Mientras menos requiramos de los demás para avanzar, mejor”.


Más allá de que estas ideas promueven una cultura claramente individualista, que niega que crecemos con otrxs y nos construimos desde la relación con lxs demás, un efecto común es que nos carga de tareas imposibles que al no ser alcanzadas, precisamente porque son imposibles, dejan un sentimiento de culpa personal.


¿A quién sirve este juego? ¿Quién sale ganando si nos apegamos a estas metas de vida? Una vez más la ganancia es para un sistema capitalista y patriarcal al que le conviene que cada integrante en esta sociedad se sienta culpable a nivel personal, lo que disminuye la probabilidad de ser cuestionado y amenazado como sistema por grupos de personas conscientes y organizadas.


Si no tienes éxito laboral, es por tu culpa, porque no te esforzaste lo suficiente ni creíste en ti sin dudarlo; si no logras conectar con grupos sociales, tu culpa también, porque algo debes estar haciendo que provocas el rechazo de los demás. ¿No has alcanzado la ansiadísima felicidad?, la responsabilidad es tuya, por no poner al mal tiempo buena cara y una actitud siempre positiva. Y así, crecemos en este sistema que nos carga de culpas y nos dejan con una sensación de ser insuficientes para el éxito, para la felicidad y para el amor.



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¿Y si miramos más allá de lo individual? No será que alcanzar el éxito profesional y económico se vuelve muy difícil en una sociedad donde el grueso de los empleos son pésimamente mal pagados, donde somos tantxs y con tal nivel de pobreza que siempre habrá alguien con la suficiente desesperación para aceptar una paga bajísima por muchas horas de su trabajo. Y si pensamos por un momento que no tenemos esta sensación de soledad porque nos falte encanto y habilidades sociales sino porque la forma que tiene la vida hoy sucede sobre todo frente a las pantallas y encontrar tiempos para el encuentro con otrxs para hablar o tomar un café no es una tarea sencilla. Y si pensáramos que nuestra escasez de felicidad no es una cuestión de mala actitud sino de un mundo que nos presiona para trabajar, trabajar y sólo trabajar y nos moldea para que solitxs restrinjamos lo más posible el tiempo para la recreación, para descansar, para reir y no hacer nada que genere dinero.


Estoy convencida que mi crecimiento, mi bienestar, mi placer, mi éxito y mi disfrute no dependen sólo de mi. Dependen de una combinación compleja y dificilmente descifrable de múltiples factores sociales y personales, por ejemplo: las oportunidades que he tenido en la vida, los vínculos que he podido construir, mi acceso a estudios y trabajo, las relaciones que tengo con lxs demás, la convivencia con otrxs que me miren, me confirmen, me quieran. Y tal vez también de que logre quitar el MI del centro, y pueda comenzar a sentirme y percibirme en relación con otrxs y con el mundo.

Los mensajes que promueven el esfuerzo individual y solitario están en todas partes, de hecho hoy inundan las redes sociales, algunos libros y muchas conversaciones. Cuestionarlos y buscar alternativas colectivas a los mismos se vuelve una tarea diaria de resistencia a un sistema que nos orilla a cargar con culpas individuales y así se deslinda de responsabilidades históricas y estructurales que se siguen sin asumir.

El espacio terapéutico es inevitablemente un espacio de relación, por lo menos somos dos personas ahí. Aún así, las ideas individualistas que son parte de nuestra cultura aparecerán en nuestros diálogos terapéuticos, mirarlas y cuestionarlas es una oportunidad para apoyar la construcción de vínculos y el fortalecimiento de nuestras relaciones. La terapia ensancha la posibilidad de crear redes y círculos de cuidado y disminuir la culpa aprendida y reforzada desde las miradas más individualistas.


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