Hablemos de relaciones de poder
- Psicoterapia y feminismo Madeja de voces

- 4 jun 2021
- 3 Min. de lectura
Paulina Lecanda
La semana pasada tuve la oportunidad de reflexionar durante más de quince horas con un grupo compuesto por gente diversa. Me encontré diferencias de género, edad, discapacidad visual, transexualidad, origen indígena, lugar de residencia y seguramente había otras de las que no me di cuenta. A esto le hemos llamado intersecciones, para visibilizar que hay diferentes condiciones de vida que nos sitúan en realidades distintas. El género es una, pero hay más.
Es interesante mirar nuestras intersecciones, intentar situarnos en un espacio multidimensional, donde al mirarnos junto a las otras, los otros y les otres, nos reconocemos con ventajas y desventajas. Y entonces, desde ahí nos relacionamos. Miramos a esx otrx que nos mira. Interactuamos y siempre entra al juego todo lo que ambas somos. Aunque no se nombre, aunque ni siquiera nos demos cuenta. Nuestra historia, nuestro contexto, siempre está ahí, forma parte de quienes somos y no podemos deshacernos de eso. Mi contexto influye en la forma en que actúo, en cómo pienso, en cómo me siento; y todo esto a la vez se decanta según la idea que yo me haga de esa persona que me escucha, me mira y me habla.

Eso no se va a deshacer, por lo menos no pronto. Deconstruimos nuestras ideas, nos montamos en posturas críticas, intentamos revolucionar nuestras mentes, nuestra cultura. Pero todas esas líneas que nos atraviesan siguen ahí y se expresan en el trato cotidiano. Forman parte de un nivel de la comunicación que es implícito y menos consciente, el lenguaje no verbal, el nivel analógico. Cuando interactúo traigo conmigo todo lo que soy, y la otra persona también. Es ahí donde se expresan las diferencias sistémicas de poder en nuestras relaciones, de forma sutil. Podemos llegar a sentir una amenaza, un enojo, una angustia, cualquier malestar. Nuestro cuerpo nos avisa que algo está pasando, pero nuestra conciencia no siempre alcanza a procesarlo. Hubo una forma de interacción que me lastima, pero no sé porqué me lastima, ¿por qué me siento insegura? Quizá porque eso que hace el otro me amenaza. Es más difícil notarlo cuando la intención del otro no es hacerme sentir amenazada, pero es inevitable que yo me sienta así, porque tenemos cargando, ambxs, todo nuestro contexto, lo que representamos, lo que hemos aprendido que representa ese otro.
Tuve una conversación reveladora con una colega psicoterapeuta, mujer también, en la que nos dimos cuenta de cómo, automáticamente, cuidamos nuestra vestimenta cuando sabemos que vamos a recibir a un consultante hombre. Nos nace hacerlo así, no es algo que decidimos detenidamente. No queremos que ese hombre piense que lo estamos provocando, no queremos que nos mire, queremos evitar el acoso. Tenemos miedo. Cuidamos también no quedarnos a solas con él. Sí a solas en el consultorio, pero sabiendo que hay alguien cerca por si necesitamos pedir ayuda. Tenemos miedo. Quizá no de ese hombre en específico, quizá ese hombre no ha demostrado que es alguien temible, pero tenemos miedo porque hemos aprendido que tenemos que cuidarnos, porque otros hombres nos han acosado, otros hombres nos han hecho sentir en peligro cuando estamos solas con ellos en un espacio cerrado. Otros hombres han violado a nuestras amigas, familiares, conocidas mujeres. Aquí el género se vuelve una intersección más fuerte que la relación psicoterapeuta-consultante: yo como psicoterapeuta podría sentirme con más seguridad y más poder, pero mi ser mujer se vuelve preponderante en la definición de cómo me siento frente a ese otro. El género, en nuestro caso, viene antes, llevamos más tiempo identificándonos como mujeres que como psicoterapeutas.
También escuché a los hombres en el grupo sentirse frustrados, atrapados en lo que su género representa, en cómo son recibidos por lxs demás. No saben cómo expresar su opinión, su inconformidad o su enojo sin ser percibidos como violentos, impositivos o dominantes. Cómo escapar a ser nombrados machos y machistas. Las hijas desaprueban sus formas, las llaman impositivas; las parejas reclaman como violenta su expresión del enojo; las compañeras de trabajo los detienen y nombran su inconformidad con su manera de expresarse. Aquí también se hace presente el poder, de otra forma. No se puede renunciar a los privilegios, no a este tipo de privilegios que nos atraviesan así.
Las diferencias de poder y de privilegios se expresan en nuestra subjetividad y en nuestras relaciones, están siempre presentes y nos afectan de diversas formas, aunque no lo queramos, aunque intentemos evitarlo, están ahí. Hablarlas y hacerlas conscientes nos permite por lo menos develarlas y tener un poco más de posibilidades de acción y negociación frente a ellas.




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