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El lugar oscuro

Mónica Gamboa Suárez


Hoy dialogamos sobre una mujer joven. Ella reconoce que utiliza la fiesta, el alcohol y el sexo casual como estrategias para evitar un dolor personal que intuye profundo. Se distrae del sufrimiento interno con el ruido y el movimiento de un entorno festivo. Su experiencia nos lleva a pensar en los dolores personales que evitamos y en los métodos que utilizamos para lograrlo.


¿Puedes identificar un lugar oscuro en ti? ¿Cómo es? ¿Con qué frecuencia vas a él? Me refiero a ese lugar emocional del que prefieres huir, ese que da miedo sentir con profundidad en el cuerpo. Tal vez todas las personas reconocemos esos sitios amenazantes que en cada quien toman una forma particular. ¿Cuáles son los temas que te llevan a ese sitio? ¿Qué emociones te evoca estar ahí? ¿Le alimentas, le haces crecer? ¿Cómo lo haces? ¿Sabes como acallarlo o darle vuelta? ¿Cuáles son tus alternativas?


Este lugar suele relacionarse con experiencias, muchas veces tempranas, que han causado en nuestras vidas un dolor profundo, con cuidados básicos que nos faltaron o fueron excesivos, con carencias, con abandonos, con miradas o caricias que no estuvieron de la forma en que lo necesitamos mientras crecíamos, con heridas certeras y traumáticas que preferiríamos no volver a tocar de ninguna forma.


¿Qué sabes del tuyo? La metáfora de mi lugar oscuro es una habitación pequeña sin puertas ni ventanas, cuando entro ahí, por más que pienso y doy vueltas a mi asunto no hay salida, no hay solución que encuentre acomodo en mi cuerpo, la falta de aire, que es la falta de alternativas, me desespera y angustia, sé que también el miedo y la tristeza son parte de mi viaje a este sitio. Las mismas frases se repiten y cada vuelta duelen otra vez y sé también que es un lugar al que voy sola. Tal vez cuando empiezo a ver alguna luz lo comparto con alguien, pero el momento de mayor desesperación lo vivo siempre sola.


Escribo y me nacen preguntas con curiosidad ¿Cómo está mi ser mujer atravesado por esta forma de vivirlo? ¿Qué de esta experiencia tiene que ver con mi historia individual y qué con lo social, con el sistema? ¿A otras mujeres les pasa más o menos así o lo sienten de formas diferentes? ¿Van solas a sus angustias o prefieren vivirlas acompañadas? Y los hombres ¿Cómo lo hacen? ¿Qué situaciones de la vida les llevan ahí? ¿Qué de esto aprendieron distinto?

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Pienso entonces en la psicoterapia como un espacio privilegiado para generar un diálogo sobre estas ansiedades, estos dolores. Como terapeuta siento la responsabilidad de buscar y hallar, en el encuentro terapéutico, el valor para aventurarnos al viaje juntas/os. Procurar que la confianza sea firme para elegir tomarnos de la mano e incursionar en compañía a esos lugares temidos y ocultos. Estoy segura que ir juntas/os hará la experiencia, al menos, un poquito menos amenazante. Ir ahí y volver fortalecidas/os, con menos miedo y con la confianza de que podremos regresar cuando sea necesario.


Todo viaje nos regala nuevos aprendizajes y este no será la excepción. Tenemos la fortuna del espacio terapéutico para mirar al regreso, con atención, lo que ambas/os recogimos en el camino. Podemos reconocer el origen de nuestras fuerzas, cuáles fueron las herramientas que nos permitieron cuidarnos en el trayecto, cómo marcó nuestra compañía el viaje, qué alternativas tenemos cuando la falta de luz nos vuelva a amenazar y cómo alimentar la posibilidad de cambiar el ruido que sirve como distractor por una serenidad elegida, experimentada y sabia.


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