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El autocuidado con menos auto y más cuidado

Mónica Gamboa Suárez


Hoy conversamos sobre el caso de un hombre joven, agotado por una carga de trabajo descomunal y con horarios extenuantes. Esto nos llevó a poner la mirada en el autocuidado, palabra tan de moda, reflejo de una sociedad que promueve el crecimiento individual.


El autocuidado lleva la soledad en la palabra misma y suma una nueva responsabilidad individual. Los esquemas laborales actuales suelen orillarnos al agotamiento. Nos imponen largos periodos de trabajo que en el mejor de los casos nos enfrentarán a un dilema entre cuidarnos a nosotras o cuidar nuestro trabajo.


Alguien se quema de tanto trabajar, de la falta de descanso y recreación, de mucho ignorar a su cuerpo. El cuerpo finalmente grita de alguna forma: enfermedad, depresión, ansiedad, burnout. Cuando la situación se vuelve crisis, en la que ya no es posible ignorar los síntomas, vendrá el consejo del autocuidado. “Debes hacer algo por ti”, “necesitas hacer ejercicio”, “deberías descansar” y todas estas recomendaciones urgentes se vuelven un pendiente más, algo que agregar a la lista, requieren más tiempo y más disciplina; la solución no parece sencilla.


Este caso pone en nuestro diálogo algunas interrogantes que tocan el género y la masculinidad: ¿será posible combinar el autocuidado y la productividad que se espera de un hombre? Uno de los mandatos de género alrededor del cuerpo es: “El cuerpo de los hombres, se arriesga, se enfrenta al peligro, se hace aguantar”. Este principio que sirve al sistema patriarcal, deja pocas posibilidades de contacto entre el autocuidado y la masculinidad.


El cuidado se espera históricamente de las mujeres, la sociedad tradicional exige que las mujeres cuidemos a los hombres mientras ellos trabajan y producen. Aun cuando nosotras seamos parte del mercado laboral, seguiremos sintiendo la presión de cuidarles. Así aprendemos a hacernos expertas en el cuidado de los otros y los hombres aprenden que serán cuidados por una mujer, como si esa no fuera una tarea que les compete. El espacio terapéutico nos parece ideal para cuestionar estos mandatos y buscar alternativas distintas.


Hablamos también en nuestra sesión sobre cómo a veces se piensa en el suicidio como la única salida posible a esta trampa. Pensemos en otras opciones más esperanzadoras. ¿Cómo podemos rebelarnos ante el sistema o al menos enfrentarlo con reservas, con modificaciones, no creérnoslo sin cuestionamiento?


¿Y si empezamos por cuestionar el autocuidado? Nos lo venden en un esquema del “auto” que responsabiliza solamente a la persona en cuestión y que nos hace perder de vista que vivimos en comunidades y en familias. Mi cuidado no depende sólo de mí. No estoy negando la propia responsabilidad, solamente creo que si vivo con otras personas o al menos convivo cotidianamente con ellas, esperaría que estuvieran dispuestas a colaborar con mi cuidado y así yo estaré también de acuerdo en cuidarles cuando lo requieran, creo que este es un principio básico de vivir en comunidad.


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Nuestras sesiones de supervisión comienzan siempre con una ronda de cómo está cada una de nosotras en la vida, lo que nos dolió en la semana, lo que nos alegra, nos preocupa o nos importa, también nos reímos y bromeamos. Mis amigas me cuidan y yo las cuido. No tengo duda de que si algo me pasara, ellas van a estar para mí y yo voy a estar para ellas también. Entonces, creo que un mejor camino para la construcción del autocuidado es el de fortalecer nuestros vínculos, el bien que me hacen ellas o mi familia es mucho mayor que el que yo puedo procurarme sola en una sesión de meditación o comiéndome una lechuga.


El autocuidado tiene una dimensión colectiva. Eso lo aprendí de compañeras feministas y hoy lo entiendo con más profundidad de esta forma:

Si yo me vinculo auténticamente, construyo lazos profundos, me preocupo por los otros que me rodean, me muestro frente a ellos y ellas, entonces construiré un entorno que me cuida a mí y a las otras y aunque reconozco que hay una responsabilidad que es mía, esta forma de cuidado renuncia al auto y se vuelve colectivo.


Pensemos entonces en la posibilidad de trabajar en terapia para cuestionar este sistema individualista en el que vivimos y dialoguemos sobre cómo fortalecer nuestros vínculos y nuestras redes. ¿Cómo acompañar a nuestros consultantes en la construcción de una comunidad más sólida que les mire como personas y no como elementos de producción, una comunidad que esté dispuesta e interesada en contribuir a cuidarles?


Nosotros les cuidamos un ratito, en el consultorio, pero después de una hora el cuidado se interrumpe y habrá que construirlo en otro lado, no a cambio de una retribución económica por un servicio profesional, sino a cambio de cuidado también. Te pido que me mires y que me ayudes a cuidarme y a cambio te ofrezco mi mirada, mi interés en ti y mi cuidado. Romper el esquema de mujeres cuidando a hombres y niños por uno en el que todas y todos somos capaces de mirarnos, de interesarnos por las demás personas y de contribuir a cuidarles.






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